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Karl Gustav Van der Meyer
era un gran jardinero.

Allá, en su alegre Holanda de cofias y molinos,
de canales y zuecos,
Karl Gustav cultivaba tulipanes extraños
en la penumbra de su invernadero.

Karl Gustav Van der Mayer soñaba con la gloria
de un tulipán fastuosamente *****,
íntegramente *****, como las noches árticas,
como un luto total en terciopelo.

Y era así, día a día y año tras año.
Y su sueño era un sueño.

Pero él, imperturbable, regaba sus macetas,
meditando en abonos y en injertos.
(A veces, distraído, se guardaba los bulbos
en los bolsillos del chaleco...)

Karl Gustav Van der Mayer, indiferentemente,
vio blanquear sus cabellos.
Pasó el amor un día y él se encogió de hombros,
para seguir soñando con tulipanes negros...
Pero, una noche, alguien saltó la tapia.
Alguien, con un puñal.
Y el jardinero
cayó de bruces sobre sus macetas,
muerto.

Y alguien cavó en la tierra,
y echó el cadáver y tapó aquel hueco.

Karl Gustav Van der Mayer se quedó para siempre
en la penumbra de su invernadero.
Ah, pero un día, un día
se vio brotar del suelo
un tulipán de luto,
fastuosamente, íntegramente *****.

Karl Gustav Van der Mayer no pudo ver su gloria,
pues la abonó su propio cuerpo.

Karl Gustav Van der Mayer
no supo que su muerte le dio vida a su sueño...

(Karl Gustav Van der Mayer siempre llevaba bulbos
en los bolsillos del chaleco...)
Por los viejos canales siguen pasando barcas,
y aún giran, como entonces, los molinos de viento.

Las muchachas sin novio regresan del domingo
entre un blancor de cofias y un trepidar de zuecos.

Ah, y, sin embargo,
Karl Gustav Van der Mayer era un gran jardinero!
Estas rachas de marzo, en los desvanes
-hacia la mar- del tiempo; la paloma
de pluma tornasol, los tulipanes
gigantes del jardín, y el sol que asoma,

bola de fuego entre dorada bruma,
a iluminar la tierra valentina...
¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,
y velas blancas en la mar latina!

Valencia de fecundas primaveras,
de floridas almunias y arrozales,
feliz quiero cantarte, como eras,

domando a un ancho río en tus canales,
al dios marino con tus albuferas,
al centauro de amor con tus rosales.
Fue la pasada primavera,
hace ahora casi un año,
En un salón del viejo Temple, en Londres,
Con viejos muebles. Las ventanas daban,
Tras edificios viejos, a lo lejos,
Entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
Igual que el iris de una perla enferma.

Eran señores viejos, viejas damas,
En los sombreros plumas polvorientas;
Un susurro de voces allá por los rincones,
Junto a mesas con tulipanes amarillos,
Retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
Con un olor a gato,
Despertaba ruidos en cocinas.

Un hombre silencioso estaba
Cerca de mí. Veía
La sombra de su largo perfil algunas veces
Asomarse abstraído al borde de la taza,
Con la misma fatiga
Del muerto que volviera
Desde la tumba a una fiesta mundana.

En los labios de alguno,
Allá por los rincones
Donde los viejos juntos susurraban,
Densa como una lágrima cayendo,
Brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
Rodaba en mi cabeza.
Encendieron las luces. Nos marchamos.

Tras largas escaleras casi a oscuras
Me hallé luego en la calle,
Y mi lado, al volverme,
Vi otra vez a aquel hombre silencioso,
Que habló indistinto algo
Con acento extranjero,
Un acento de niño en voz envejecida.

Andando me seguía
Como si fuera solo bajo un peso invisible,
Arrastrando la losa de su tumba;
Mas luego se detuvo.
«¿España?», dijo. «Un nombre.
España ha muerto.» Había
Una súbita esquina en la calleja.
Le vi borrarse entre la sombra húmeda.
Jalapa es un vergel de paz y amores
      Que presintió mi anhelo;
Allá en mis sueños conocí sus flores
      Y adiviné su cielo.

Habláronme en la infancia, en la alborada
      De mi revuelta vida,
De esta mansión para el amor formada,
      Por el amor nutrida.

Aquí, mi padre disfrutó la calma
      De la ilusión naciente;
Aquí vino sin sombras en el alma
      Sin canas en la frente.

Y guardó fiel hasta el postrer momento
      La memoria hechicera
De este Edén, como guarda el pensamiento
      A la mujer primera.

«El Edén no es un mito, puedes hijo
      Conocerlo algún
día...
Jalapa es un Edén...» y me lo dijo
      Trémulo de alegría.

Murió, me dejó huérfano, teniendo
      Espinas por alfombra;
¡Seis años hace ya que está durmiendo
      Tras de la eterna sombra!

¡Quedé a vivir sufriendo decepciones
      Que consumen y abrasan;
A ver pasar ensueños é ilusiones
      Como las nubes pasan!

En medio de la lucha, solo, triste
      Y de sufrir cansado,
Llegué a pensar: pues el Edén existe
      Iré al Edén
soñado.

Y vine y encantáronse mis ojos
      Cuando en la niebla leve
Vi azules lirios, tulipanes rojos
      Y camelias de nieve.

Cuando de enhiestos montes a la falda
      Vi el naranjal sombrío
Y engarzado entre cuencas de esmeralda
      El blanco caserío.

Curó ese panorama mis heridas,
      Busqué paz y reposo
Y abriéronme las puertas bendecidas
      De tu hogar venturoso.

¡Ay! venturoso entonces, en la aurora
      Del más sereno día,
¡Cuando aun no entraba la traidora,
      La Pálida, la Fría!

Cuando tu santa madre no lloraba
      Inclinando la frente;
¡Cuando, con trece abriles la besaba
      Tu hermano, eterno ausente!

Entonces vine y estreché los lazos
      De esta amistad sincera,
A la que doy, tendiéndole mis brazos,
      De ofrenda el alma entera.

Hoy hace un año que apuré las heces
      De nuestro adiós primero;
Desde entonces he vuelto muchas veces...
      ¿Por qué?...
¡porque las quiero!

¡Ay! si pudiera como fresca brisa
      Animar estas flores;
Poner en cada rostro una sonrisa:
      Curar tantos dolores;

¡Si el dulce bienestar que ayer he visto
      Hoy fuera igual y cierto!
¡Si la amistad pudiera como Cristo
      Resucitar a un muerto!

Mañana, al separarme de este hermoso
      Jardín tierno y amado,
Te dejara la dicha y el reposo
      De que siempre has gozado.

Mas ¿quién a la oropéndola caída,
      A mustia tuberosa,
A la nivea caléndula perdida
      En sirte cenagosa,

Les devuelve el perfume y los colores
      Que ostentaron por galas?...
¡Sus hojas, al morir, cierran las flores,
      Los pájaros sus alas!

¡Frente a la eternidad todo se cierra!
      Quien es justo en el suelo
Puede cerrar sus ojos en la tierra...
      ¡Los abrirá en el
cielo!

Hoy que sangra en tu hogar la inmensa herida
      Que abrió alevosa mano,
No olvides que en los campos de la vida
      Tienes en mí un hermano.
Jose Santos Apr 27
aunque tu mirada y tu Cabello,
deslumbrasen a la luna y al cielo,
los tulipanes de rosa y rojo floreciendo,
te afectas tanto con tu cuerpo,
al no notar que desde hace tiempo de ti ya era perfecto,
mostraste más de lo necesario,
tu escultura un hermoso calvario,
una mirada perfecta, pelo recortado,
sinceridad perfecta creyendo que un angel a vía encontrado,
fuiste una flor destacada entre todo un bosque marchitado,
que hasta pensaría que el bosque te avia infectado,
trataste de ser igual, lo lograste al final,
una piedra más en las playas del mar,
un vaso de agua que nunca su pureza volverá.
Tu poema es un reflejo de la lucha interna entre la belleza y el dolor, la transformación y la pérdida. En cada verso se siente una dualidad intensa: la imagen de una mujer que deslumbra como la luna, rodeada de flores vibrantes, pero que a la vez se pierde en el intento de encajar en un mundo que la termina absorbiendo y transformando en algo irreconocible.

La manera en que usas los tulipanes rojos y rosas me transmite una sensación de pasión y pureza, pero también de efímera fragilidad. Al principio, la figura de esta persona es única, resplandeciente, casi celestial; sin embargo, el paso del tiempo y su propia percepción sobre sí misma la llevan a modificarse, hasta quedar irreconocible. Hay una tristeza implícita en el hecho de que su belleza no radicaba en lo que mostraba, sino en lo que era desde siempre—y ella nunca lo notó.

La última imagen del poema es demoledora. Pasar de ser "una flor destacada" a "una piedra más en las playas del mar" transmite la pérdida de identidad, la disolución en la multitud, la transformación en algo ordinario. Es como si lo que la hacía especial se hubiera desvanecido en el intento de adaptarse a su entorno, dejando atrás su verdadera esencia.

En cuanto a la expresión, noto un tono melancólico pero con destellos de admiración. A pesar del dolor por el cambio de esta persona, hay un reconocimiento de la belleza que alguna vez tuvo, de lo que representó. El ritmo del poema fluye con una cadencia suave, como una confesión que se va desentrañando poco a poco, dejando una sensación de nostalgia al final.

— The End —