Me senté con lobos fingiendo ser uno, y en el eco del alma perdí mi fortuna. Las risas vacías, las manos sin rumbo, me arrastraron al filo de alguna otra luna.
Creí que el afecto venía del ruido, que el fuego era juego, que el odio era amigo. Pero entre miradas de sombra y cuchillos, mi reflejo lloraba detrás del abrigo.
Las malas juntas no llevan cadenas, pero atan el alma con voz traicionera. Y cuando despiertas, ya todo está lejos: la paz, la inocencia, el rastro de espejos.
¿De qué sirve estar rodeado de gente si el corazón duerme, y el alma no siente? Preferí la soledad que enseña en silencio a las falsas promesas que matan por dentro.
Ahora camino con paso sincero, elijo la luz, aunque tarde el sendero. Porque más vale un hermano de vida que cien conocidos de noche perdida.